A Manuel nunca le habían gustado las manifestaciones. Hasta esa misma mañana era un joven de treinta años, de clase media, con estudios universitarios y un interesante curriculum vitae; pero luego conoció a Ana.
Manuel trabajaba como ayudante de redacción en un periódico local cuando Ana, una chica de veinticinco años hizo su aparición. Era estudiante de la Universidad Ficticia de Madrid y la habían contratado como becaria por tres meses.
Manuel quedó instantáneamente enamorado de la joven becaria, medía 1,60 m., cabello castaño y una permanente sonrisa contagiosa. Aún así, no podía evitar burlarse de ella por su orientación política ya que la chica era radicalmente de izquierdas, mientras que Manuel era más de los que piensan que los que no tienen trabajo es porque no quieres y cosas así.
Un día, cansada de las burlas de su compañero y aprovechando que era pleno agosto y la gente estaba de vacaciones en el periódico, lo invitó a desayunar a la cafetería del edificio. Allí, en un descuido del chico, echó un polvo especial cuya receta había heredado de sus antepasados, un polvo reductor de tamaño.
Cinco minutos después, rebuscaba entre el montón de ropa amontonada en el suelo en dónde había estado su compañero encontrándolo, de cinco centímetros de alto, dentro de su ropa interior.
- Sabes – dijo la gigantezca becaria acercándolo a su cara – ya es hora de que experimentes lo que es una manifestación. Hoy por la tarde, al salir del trabajo, iré al centro a protestar contra el sistema electoral, y tu vendrás conmigo.
Manuel iba a protestar pero Ana presionó su dedo pulgar contra la cara del pequeño hombrecillo, callándolo de inmediato. Se levantó de la mesa y guardó a su compañero en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero. Sólo quedaba una hora de trabajo pero para Manuel fue un auténtico infierno; el culo de Ana, que antes le encantaba contemplar a escondidas, estaba por todas partes, rodeándolo y aplastándolo; apenas si podía respirar.
Pero la hora de salir llegó y Ana volvió a levantarse, sacando al pequeño Manuel de su prisión, comprobó si seguía respirando.
- Bueno, parece que eres más resistente de lo que tu cuerpecillo aparenta – dijo Ana divertida – pero ya es hora de irnos, la manifestación empezará pronto. Volvería a meterte en el bolsillo, pero quiero que esta vez veas bien loq ue pasa a tu alrrededor, de modo que te pondré en un sitio con buenas vistas.
Se rió por última vez y bajó a Manuel hasta el nivel de sus pies, allí lo colocó debajo de su pie derecho, que calzaba unas sandalias marrones, dejando solamente visible la cabeza del pobre infeliz en medio de su dedo gordo y el siguiente. Como en el edificio había aire acondicionado, Ana no había sudado demasiado, la piel de sus pies era blanca y suave, y olía al cuero del calzado.
Manuel no podía mover ni un sólo músculo, la planta del pie de Ana estaba por todas partes, inmovilizándolo, aplastándolo; lo único que podía hacer era contemplar a su hermosa compañera desde abajo, como si un humano admirase a una diosa griega. Ana le dedicó una última sonrisa y luego se marchó.
Cada paso era una agonía, su cuerpo sufría bajo la toneladas de piel que lo aprisionaban, pero por alguna razón no moría. Y así acompañó a la becaria a la manifestación en la plaza mayor de la ciudad, siendo pisoteado de vez en cuando por otros manifestantes que chocaban con Ana.
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