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lunes, 22 de agosto de 2011

El becario (sm, crush)

En esta vida hay quienes tienen suerte y quienes no; y luego viene Miguel, un fracasado en toda regla.
En una importante empresa de Madrid, Miguel trabajaba como becario el pleno mes de agosto y por el sueldo mínimo. Seis horas al día metido en una pequeña habitación del segundo subsuelo, adjunta al archivo; sin nada que hacer, leyendo el periódico toda la mañana. Nadie habla con él, es más, lo ignoran completamente.

Por eso se llevó una gran sorpresa cuando alguien llamó a la puerta de su despacho el lunes por la mañana. Era Cristina, del Departamento de Contrataciones. Morena, de 30 años, pelo negro liso y una figura impresionante. Las pocas veces que la había oído hablar, su marcado acento canario le había excitado muchísimo.

-         Hola Miguel – saludó Cristina.
-         Eh, hola – respondido él con su inseguridad habitual.
-         ¿Ya has vuelto de las vacaciones?
-         Los becarios no tenemos vacaciones.
-         ¡Oh! Pues yo acabo de regresar – prosiguió ella sin interesarse en lo máas mínimo por la situación del becario – Mi novio y yo fuimos a Brasil, paseamos por el Amazonas.
-         Suena… uhm… interesante.

Silencio. Nadie más dijo nada durante los siguientes cinco minutos. Cristina parecía pensativa, mientras que Miguel no sabía que decir ni a dónde mirar. Finalmente fue ella quién rompió el silencio.

-         ¿Quieres ver algo que traje de una tribu del Amazonas?
-         Si, claro. – respondió el becario aliviado por salir de aquella incómoda situación.

Entonces, Cristina dio un  paso al frente, cerrando la puerta del diminuto despacho tras de si. Metió la mano en su pequeño bolso y extrajo una bolsita llena de lo que parecía ser polvo gris y se echó un poco en la palma de la mano.

-         Me lo dieron las mujeres de una aldea cercana al pueblo de los jíbaros.
-         ¿Y qué es? – preguntó Miguel verdaderamente interesado.
-         Ven, acércate más y lo verás – respondió ella con una media sonrisa en la cara.

Cuando Miguel se levantó de su silla y se acercó a la chica, ésta sopló con todas sus fuerzas, esparciendo el polvo por todo el rostro del sorprendido becario. Inmediatamente empezó a sentirse mareado, sentí como la cabeza le daba vueltas y un malestar general se apoderó de su cuerpo. Un minuto después abrió los ojos.

Frente a él se elevaba la gigantesca figura de Cristina, que lo observaba divertida desde lo alto. Su sencillo vestido rojo no ocultaba, desde el punto de vista de Miguel, la ropa interior de la chica, haciéndola aún más sexi.

-         El polvo es una sustancia que utilizan las mujeres aborígenes de esa zona para castigar a aquellos que osan contradecirlas – dijo Cristina en tono divertido.
-         Pero, ¿por qué…? – comenzó a balbucear Miguel, pero no pudo acabar la frase.

Rápida como un rayo, Cristina levantó su pie derecho y lo dejó caer pesadamente sobre el reducido cuerpo del infeliz becario, destrozando su cuerpo con facilidad. Segundos después, solo quedaba una mancha roja en la suela de las sandalias de Cristina.
Limpió los restos con un pañuelo de papel que luego tiró por el lavabo y se fue sonriente a su mesa.


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