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¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Historias cortas en español!!!!!!!!!!

jueves, 8 de septiembre de 2011

Revuelto (sm, vore)

Con los ojos muy abiertos, Sergio contemplaba la gigantesca figura de su amiga Marina que batía huevos en la cocina del piso que compartían desde hace más de dos años. 

Sergio, de 5 cm. de tamaño, estaba paralizado de terror, esa mañana se había levantado y encontrado con que todo a su alrrededor tenía unas proporciones enormes. Pasaron horas antes de que pudiese, primero salir de debajo de las sábanas de su cama, y luego descender sujeto a las mismas hasta el suelo. Otras dos horas en llegar a su puerta y escabullirse por debajo, y otra en alcanzar la puerta de su compañera de piso, Marina.
Sin embargo, ésta se había levantado temprano y estaba en el salón viendo la TV, de modo que Sergio emprendió nuevamente a correr y cerca del mediodía llegó al suelo alfombrado dónde se hallaba su amiga. Ésta estaba en pijama, viendo la tv, su pelo castaño recogido en una coleta, pantaloncillos muy cortos y una camiseta holgada con un gran escote, que dejaban prácticamente al descubierto sus hermosos y redondeados pechos.

Sergio se aproximó a uno de los descalzos pies de Marina y no se le ocurrió nada mejor que morderle el talón para llamar su atención; cosa que logró, aunque acto seguido se vio aplastado por el suave aunque mortífero pie de su amiga. La oscuridad y el dolor dieron paso a la luz, cuando la chica levantó el pie y vio que no se trataba de un insecto sino de su compañero de piso...



Pero más sorprendente fue que no se mostrara confundida por la situación del pequeño Sergio, sino que su única reacción fue mirar la hora en su reloj, coger al hombrecillo del suelo y dirigirse a la cocina.

Su cuerpo estaba casi destrozado, solo podía mirar como Marina preparaba en silencio las cosas para hacerse la comida: la sartén con aceite en el fuego, un poco de cebolla picada y cuatro huevos batidos. Estaba haciendo un revuelto y olía estupéndamente bien, aún así, Sergio pensaba que quedaría mejor con algo de carne, ya sea tocino o tiritas de jamón. Por supuesto no imaginaba que su amiga tenía otra cosa en mente.
Cuando ya estaba casi lista la comida, la titánica mano de Marina, de piel suave y blanca, lo levantó por el tobillo y lo lanzó dentro de la sartén. El dolor no podía compararse a nada que hubiese sentido antes, el aceite quemaba lentamente su piel mientras el calor se metía en sus pulmones y secaba sus lágrimas. Sólo fue un instante, pero vivió un auténtico infierno.

Sin ningún tipo de miramiento, Marina quitó la sartén del fuego y volcó el contenido en un plato, que luego llevó al salón para comer viendo la tv. Sergio estaba más muerto que vivo, su cuerpo tenía la superficie dorada y crujiente, pero estaba consciente y ya no sentía dolor. De esta forma vio con claridad como su amiga se sentaba en el sofá y comenzaba a devorar el revuelto de huevo y cebolla que estaba a su alrrededor. Cada bocado de la gigante era un segundo menos de vida para Sergio.
Finalmente, en el plato sólo quedaba el pequeño hombrecillo frito; Marina lo cogió por las piernas y los brazos y, sonriendo, comenzó a comer su diminuto cuerpo, poco a poco: primero las piernas, los brazos, el torso y por último la cabeza de su compañero de piso. Al acabar, se chupó los dedos con satisfacción y bebió un vaso de agua.


Debería buscarse otro compañero de piso, aunque esta vez intentaría encontrar a alguien con un poco más de carne.

martes, 30 de agosto de 2011

Amigos (sm, couple, sex, crush, short)

El inmenso dolor que sentía en cada rincón de su cuerpo no evitaba que se maravillara con la vista que se extendía sobre él. Una pareja de titanes que entrelazaban sus cuerpos y luchaban eróticamente, inundando todo con gemidos de placer.

David había invitado a una pareja de amigos, Nuria y Juan, a su casa en Madrid, aprovechando que su compañero de piso iba a estar de viaje. Pero lo que prometía ser un buen fin de semana entre amigos se convirtió en una auténtica pesadilla.
Una vez estuvieron en el piso y dejado las maletas, Nuria le dijo a David que tenía un regalo para él por haberlos dejado quedar en su casa. Sacó de su mochila un pequeño aparato parecido a un puntero laser y lo apuntó hacia un sorprendido David, que no tuvo tiempo de reaccionar al verse envuelto en una luz de color verde y contemplar como todo a su alrededor tomaba proporciones gigantescas.
Lo que vino a continuación solo podría resumirse como un auténtico infierno para el diminuto anfitrión, ahora de 5 cm de tamaño.
Nuria era una chica de 25 años, de figura normal pero con un gran culo, cabello rubio, y piel blanca; mientras que Juan, su novio, tenía 28 años y una figura delgada y atlética.
En seguida, David fue utilizado como juguete sexual por la perversa pareja de gigantes. Obligado a observar y participar en sus juegos, humillado una y otra vez. En una ocasión, Juan sujetó con dos dedos a David y, tras escupirle, lo introdujo en el regordete culo de su novia, sacándole gritos salvajes de placer. Una vez fuera del oscuro agujero de Nuria, David recibió un espeso baño de esperma de Juan, lo que ocasionó que ambos gigantes se estuviesen riendo de él durante unos cuantos minutos.

Un par de horas más tarde, después de recuperar fuerzas con una siesta, los gigantes volvieron a la carga; esta vez colocaron al pobre y aterrorizado David en la cama y Nuria se echó encima de él, aplastándolo con sus pechos, mientras su novio la penetraba por detrás. El diminuto hombrecillo casi no podía moverse, todo su cuerpo estaba aplastado por la suave piel de las tetas de su amiga; ríos de sudor corrían por sus pechos hasta llegar a la boca del pobre desgraciado.

Cuando acabaron, decidieron que habían sudado demasiado y que les vendría bien un baño. Allí volvieron a jugar con su pequeño juguete, colocándose uno en cada extremo de la bañera y aprisionando a David en medio de sus pies. Las risas se extendían por todo el cuarto de baño mientras Nuria y Juan intentaban evitar que el hombrecillo no cayese al agua utilizando sólo sus pies para sujetarlo.



Pero todo lo bueno llega a su fin. Era domingo por la noche y al día siguiente debían abandonar el piso de David. Con una mirada cómplice decidieron que hacer. Tiraron al pequeño David al suelo y Nuria colocó uno de sus enormes pies encima, dejando que sólo asomase su diminuta cabeza en medio de sus dedos. Juan se colocó detrás de ella y comenzó a montarla como un animal en celo.
Los gritos de placer superaron a todo lo oído ese fin de semana. David podía ver como las tetas y las carnes de la cintura de Nuria se bamboleaban con cada acometida de Juan, mientras él era lentamente aplastado por la planta del pie de la chica.
Pronto acabó todo; el gigante fue al baño a limpiarse mientras Nuria respirada agitadamente con las manos apoyadas en la pared y la vista lujuriosa fija en David.



Éste ya no podía decir nada, su cuerpo estaba hecho pedazos y casi no podía respirar; el sudor del pie de su enorme amiga estaba por todas partes. 
Con gran lentitud Nuria levantó el otro pie (no el que había usado antes) y apoyó el talón sobre la cara de su antiguo amigo. Fue como reventar una uva en el suelo. 




miércoles, 24 de agosto de 2011

La bailarina (sm, erotic, crush)

Un virus se había extendido imparablemente por todo el mundo sin que nadi pudiese descubrir las causas o si existe alguna cura. El virus, llamado “liliput”, provocaba que los infectados, el 80 % hombres, encogiesen de tamaño progresivamente hasta desaparecer por completo. David era uno de esos infectados.
Pero, a diferencia de otros,  a David, de 28 años, no le preocupaba en lo más mínimo su actual condición, de hecho, siempre había sido su fantasía; de modo que pensó que ya que estaba condenado a desaparecer, lo haría con estilo.

Y aquí es en donde entra María, una antigua compañera suya de trabajo que, últimamente, se había metido en el mundo de los bailes hindúes, al estilo Bollywood.
David preparó todo en su casa y llamó a María para contratarla como bailarina privada a cambio de unos 1000 €, oferta que la joven no pudo rechazar.



Pasó una semana desde la llamada, y David ya medía unos 7 cm de alto, cuando María se presentó en su apartamento.
Después de los saludos habituales, María fue al baño a vestirse con ropas típicas para estos bailes y así es como la vio maravillado David, frente a él se hallaba una preciosa chica de unos 1,80 m. (aunque para él fuese una gigante), con un ligero vestido celeste, adornos en manos y cara, y los pies descalzos. María no era una chica gordita, pero si que tenía carne, imprescindible para disfrutar de un buen baile de cadera.
Y entonces comenzó el espectáculo, María se movía con sensualidad, lanzando miradas provocativas al pequeño hombrecillo que se hallaba a sus pies. De vez en cuando le pasaba una pierna por encima, subrayando su insignificancia frente a la gran diosa hindú. Incluso llegó a cogerlo por la cintura con una sola mano, frotándolo suavemente sobre sus piernas, caderas y pechos al ritmo de la colorida música.

Así estuvieron durante 45 minutos, hasta que el baile cesó por completo; las respiraciones de ambos estaban agitadas y el sudor corría entre las curvas de la bailarina.
María estaba a punto de ir a cambiarse de ropa para marcharse, cuando David la detuvo, pidiéndole que abriese un cajón de su mesilla de noche. Al hacerlo, la chica se encontró con 100.000 euros.
Lo miró extrañada y él le explicó que eran para ella si le hacía un último favor. Solo le quedaban un par de días hasta convertirse en un ser de tamaño microscópico y no quería acabar sus días desapareciendo o devorado por algún insecto, por lo tanto le pidió a su amiga que, por favor, acabara con su vida con sus pies.
María lo observó incrédula, pero la idea le pareció graciosa y finalmente aceptó. Colocándose nuevamente frente al diminuto David, le guiñó un ojo y sonrió con dulzura. David vio como aquella imponente y hermosa figura hindú que se elevaba frente a él, levantaba su delicado, aunque gigantesco y mortal, pie y lo colocaba sobre su reducido cuerpo. Pese al sudor del baile, la piel era suave y olía a jabón de rosas. A medida que la presión iba en aumento, David no podía dejar de pensar en que buena forma de morir era aquella; instantes después, con una sonrisa de satisfacción, su cuerpecillo explotó bajo la planta del pie de María.


martes, 23 de agosto de 2011

La manifestación (sm, crush)


A Manuel nunca le habían gustado las manifestaciones. Hasta esa misma mañana era un joven de treinta años, de clase media, con estudios universitarios y un interesante curriculum vitae; pero luego conoció a Ana.

Manuel trabajaba como ayudante de redacción en un periódico local cuando Ana, una chica de veinticinco años hizo su aparición. Era estudiante de la Universidad Ficticia de Madrid y la habían contratado como becaria por tres meses.
Manuel quedó instantáneamente enamorado de la joven becaria, medía 1,60 m., cabello castaño y una permanente sonrisa contagiosa. Aún así, no podía evitar burlarse de ella por su orientación política ya que la chica era radicalmente de izquierdas, mientras que Manuel era más de los que piensan que los que no tienen trabajo es porque no quieres y cosas así.

Un día, cansada de las burlas de su compañero y aprovechando que era pleno agosto y la gente estaba de vacaciones en el periódico, lo invitó a desayunar a la cafetería del edificio. Allí, en un descuido del chico, echó un polvo especial cuya receta había heredado de sus antepasados, un polvo reductor de tamaño.
Cinco minutos después, rebuscaba entre el montón de ropa amontonada en el suelo en dónde había estado su compañero encontrándolo, de cinco centímetros de alto, dentro de su ropa interior.

- Sabes – dijo la gigantezca becaria acercándolo a su cara – ya es hora de que experimentes lo que es una manifestación. Hoy por la tarde, al salir del trabajo, iré al centro a protestar contra el sistema electoral, y tu vendrás conmigo.

Manuel iba a protestar pero Ana presionó su dedo pulgar contra la cara del pequeño hombrecillo, callándolo de inmediato. Se levantó de la mesa y guardó a su compañero en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero. Sólo quedaba una hora de trabajo pero para Manuel fue un auténtico infierno; el culo de Ana, que antes le encantaba contemplar a escondidas, estaba por todas partes, rodeándolo y aplastándolo; apenas si podía respirar.

Pero la hora de salir llegó y Ana volvió a levantarse, sacando al pequeño Manuel de su prisión, comprobó si seguía respirando.

- Bueno, parece que eres más resistente de lo que tu cuerpecillo aparenta – dijo Ana divertida – pero ya es hora de irnos, la manifestación empezará pronto. Volvería a meterte en el bolsillo, pero quiero que esta vez veas bien loq ue pasa a tu alrrededor, de modo que te pondré en un sitio con buenas vistas.

Se rió por última vez y bajó a Manuel hasta el nivel de sus pies, allí lo colocó debajo de su pie derecho, que calzaba unas sandalias marrones, dejando solamente visible la cabeza del pobre infeliz en medio de su dedo gordo y el siguiente. Como en el edificio había aire acondicionado, Ana no había sudado demasiado, la piel de sus pies era blanca y suave, y olía al cuero del calzado.
Manuel no podía mover ni un sólo músculo, la planta del pie de Ana estaba por todas partes, inmovilizándolo, aplastándolo; lo único que podía hacer era contemplar a su hermosa compañera desde abajo, como si un humano admirase a una diosa griega. Ana le dedicó una última sonrisa y luego se marchó.

Cada paso era una agonía, su cuerpo sufría bajo la toneladas de piel que lo aprisionaban, pero por alguna razón no moría. Y así acompañó a la becaria a la manifestación en la plaza mayor de la ciudad, siendo pisoteado de vez en cuando por otros manifestantes que chocaban con Ana.

A las once de la noche, agotada y dolorida, pero satisfecha por haberse reivindicado, Ana cogió el Metro para irse a casa; allí, sentada en un vagón, contempló con satisfacción la mancha roja que asomaba bajo sus dedos del pie. Manuel nunca más volvería a burlarse de ella.


lunes, 22 de agosto de 2011

El becario (sm, crush)

En esta vida hay quienes tienen suerte y quienes no; y luego viene Miguel, un fracasado en toda regla.
En una importante empresa de Madrid, Miguel trabajaba como becario el pleno mes de agosto y por el sueldo mínimo. Seis horas al día metido en una pequeña habitación del segundo subsuelo, adjunta al archivo; sin nada que hacer, leyendo el periódico toda la mañana. Nadie habla con él, es más, lo ignoran completamente.

Por eso se llevó una gran sorpresa cuando alguien llamó a la puerta de su despacho el lunes por la mañana. Era Cristina, del Departamento de Contrataciones. Morena, de 30 años, pelo negro liso y una figura impresionante. Las pocas veces que la había oído hablar, su marcado acento canario le había excitado muchísimo.

-         Hola Miguel – saludó Cristina.
-         Eh, hola – respondido él con su inseguridad habitual.
-         ¿Ya has vuelto de las vacaciones?
-         Los becarios no tenemos vacaciones.
-         ¡Oh! Pues yo acabo de regresar – prosiguió ella sin interesarse en lo máas mínimo por la situación del becario – Mi novio y yo fuimos a Brasil, paseamos por el Amazonas.
-         Suena… uhm… interesante.

Silencio. Nadie más dijo nada durante los siguientes cinco minutos. Cristina parecía pensativa, mientras que Miguel no sabía que decir ni a dónde mirar. Finalmente fue ella quién rompió el silencio.

-         ¿Quieres ver algo que traje de una tribu del Amazonas?
-         Si, claro. – respondió el becario aliviado por salir de aquella incómoda situación.

Entonces, Cristina dio un  paso al frente, cerrando la puerta del diminuto despacho tras de si. Metió la mano en su pequeño bolso y extrajo una bolsita llena de lo que parecía ser polvo gris y se echó un poco en la palma de la mano.

-         Me lo dieron las mujeres de una aldea cercana al pueblo de los jíbaros.
-         ¿Y qué es? – preguntó Miguel verdaderamente interesado.
-         Ven, acércate más y lo verás – respondió ella con una media sonrisa en la cara.

Cuando Miguel se levantó de su silla y se acercó a la chica, ésta sopló con todas sus fuerzas, esparciendo el polvo por todo el rostro del sorprendido becario. Inmediatamente empezó a sentirse mareado, sentí como la cabeza le daba vueltas y un malestar general se apoderó de su cuerpo. Un minuto después abrió los ojos.

Frente a él se elevaba la gigantesca figura de Cristina, que lo observaba divertida desde lo alto. Su sencillo vestido rojo no ocultaba, desde el punto de vista de Miguel, la ropa interior de la chica, haciéndola aún más sexi.

-         El polvo es una sustancia que utilizan las mujeres aborígenes de esa zona para castigar a aquellos que osan contradecirlas – dijo Cristina en tono divertido.
-         Pero, ¿por qué…? – comenzó a balbucear Miguel, pero no pudo acabar la frase.

Rápida como un rayo, Cristina levantó su pie derecho y lo dejó caer pesadamente sobre el reducido cuerpo del infeliz becario, destrozando su cuerpo con facilidad. Segundos después, solo quedaba una mancha roja en la suela de las sandalias de Cristina.
Limpió los restos con un pañuelo de papel que luego tiró por el lavabo y se fue sonriente a su mesa.


domingo, 21 de agosto de 2011

Lola (sm, vore)


Aún no podía creer su situación actual. La que fuera su mejor amiga, la chica con la que compartía todos sus secretos, sus fantasías, estaba a punto de acabar con su vida.

Todo había comenzado esa misma mañana cuando por fin el hechizo de reducción de tamaño funcionó. Llevaba años intentándolo, buscando desesperadamente la forma de vivir su fantasía de ser diminuto y estar bajo el dominio de una mujer gigante. Fantasía que sólo conocía Lola, su mejor amiga y compañera de piso.
Habían pasado tardes enteras hablando de sus fantasías y sueños, los de Lola eran bastante normales para una chica de 25 años, pero Juan, que así se llama el protagonista de esta historia, se llevó una grata sorpresa al ver cómo la chica no se escandalizaba cuando le confesó su pequeño secreto, de hecho, le hizo gracia.
Era agradable tener a alguien con quien compartir esos sentimeintos, ese deseo de ser dominado por una mujer gigante; incluso Lola llegó a posar como gigante mientras Juan le hacía fotos desde debajo de un sofá, previa promesa de no 'subir' dichas fotos a Internet.

Pero todo había cambiado con el hechizo, de repente, Juan medía solo 5 cm de alto y un mundo de fantasías se hallaba por delante. Fue corriendo hacia la habitación de Lola, lo cuál le llevó como media hora en su tamaño actual, y pasó por debajo de la puerta.
Su compañera estaba sentada frente al PC, vestía una camiseta amarilla y unos pantaloncitos de pijama muy cortos, de color blanco; llevaba su corta melena castaña recogida en una coleta. Estaba descalza.
Juan se acercó rápidamente a Lola, gritando y haciendo aspavientos con los brazos para llamar su atención; finalmente, la chica oyó algo y se encontró con la sorprendente figura de su compañero de piso en el suelo alfombrado de su habitación.

Juan estaba increíblemente felíz, ahora podría satisfacer sus más profundos secretos contando con la ayuda de la única persona que los conocía. Pero su ánimo cambió de repente al ver la reacción de su amiga. Lola, después de estar unos segundos contemplándolo desde las alturas, miró su reloj y volvió a mirar hacia abajo.
Lo que vino a continuación pasó con gran rapidez, Lola cogió del suelo a su diminuto compañero y se dirigió a la cocina; Juan no entendía que estaba pasando, Lola no decía nada.
Lo dejó sobre la mesa de la cocina y empezó a remover cacerolas; cogió un paquete de arroz, aceite y uno poco de ajo y perejil.
Con cara de desconcierto, Juan vio como la chica empezaba a cocinar y se percató de que era la hora de comer. Un sentimiento de alivio recorrió su espina, por un momento había creído que ella...
Se sentó en la mesa y observó los ágiles movimientos de Lola mientras cocinaba el arroz. Tenía una figura perfecta, ni muy delgada ni rellenita, con una cara que aparentaba menos edad que sus 25 años.

Estaba perdido en sus pensamientos y no se dio cuenta de que Lola estaba a su lado, contemplándolo en silencio. Una enorme, pero delicada, mano surgió de repente y lo sacó de la mesa, luego fueron hasta dónde se encontraba haciéndose el arroz. Lola lo acercó a su cara y por fin habló “Lo siento”, es lo único que dijo, y lo echño dentro de la humeante cacerola.
El dolor era increíble, intolerable; Juan gritaba desesperadamente, pidiendo ayuda a su amiga, que lo observaba desde las alturas con mirada curiosa. Aunque no fueron más que un par de minutos, para el pequeño hombrecillo fue todo un infierno.

Seguía vivo cuando Lola sirvió el arroz en un plato y fue al salón para comer viendo la TV.
Desde el plato, rodeado de arroz con especias, Juan observaba como su amiga iba reduciendo la, para él, montaña de granos blancos de su alrrededor. A pesar del horror de su situación, no podía dejar de pensar en lo hermosa que era Lola.
Y fue con este pensamiento con el que Lola, finalmente, lo elevó utilizando el tenedor y lo introdujo en su boca sin siquiera mirarlo. Y así acabó la vida, y la fantasía, del pequeño Juan, masticado junto a granos de arroz en la sensual boca de su mejor amiga Lola.